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miércoles, 20 de junio de 2012

La importancia de estar buena


Tenía que ir a hacer la compra. Ya venía siendo necesario, teniendo en cuenta que anoche no sabía ni qué inventarme para la cena.

Esta mañana he decidido ir y comprar cosas típicas de la época en la que estamos, las de un euro o menos. Sí, esto no es verano, es crisis.

El caso es que está haciendo muchísimo calor en Venezia, demasiado calor. No se puede estar en casa; y en la calle, según sales del portal, una brisilla que irradia unos 50ºC te abrasa la cara en la primera bocanada de aire “fresco” que respiras. El lunes me confundí totalmente al ir a la universidad en pantalón largo y camiseta gris oscuro. Me cocí viva. Ayer en shorts y camiseta de tirantes me pasó más de o mismo. Hoy he decidido salir con unos shorts aún más short y una camiseta de tirantes de algodón, a ver si mis células de la piel comienzan a transpirar. Me he mirado al espejo, como hacemos las chicas siempre: ahora me meto la camiseta por dentro del pantalón; ¿qué tal si la saco por fuera?;  no, definitivamente va mejor dentro, así un poco ahuecada, sí. Me he mirado el pelo… ¡Plancha por favor! 

Ni por esas. No hay nada que hacer con este pelo y la nube húmeda de 50ºC de fuera. Soy Hermione Granger y no puedo luchar contra eso. Así que un recogido medio “formal” medio “voy sólo a la compra” a un lado y un par de horquillas, para sujetar esos pelos traseros que tanto se divierten saliéndose de la coleta, y lista.

¿Maquillaje? ¿Pa’ qué? No, un poco de crema hidratante y a ver si con un poco de suerte el sol hace el efecto que el maquillaje lleva haciéndome todo el invierno. Me miro y veo las ojeras…¡Bah! Hoy no quiero… Hoy me dan igual.

Me calzo unas RayBan made in Italy (compradas en España) y tiro para la calle con más valentía que ganas. ¡Hostión de calor! Menos mal que me lo esperaba. Aunque tonta de mí me repetía en el portal: “Hoy por la ventana parecía que hacía menos calor que ayer”, sí, claro.

En la calle me llevo miradas. “Será por las RayBan” pienso. Un repartidor de algo (que en Venezia todo se reparte, porque como todo llega en barco… ¿sabéis?); el marido de una señora que tomaba algo en el Gam Gam; entro al gheto ebraico y dos caballeros (ignoro si son judíos o qué otras creencias tengan) han interrumpido durante segundos su conversación para continuar con un: “¿Qué decía?¡Ah sí!”; sigo caminando y me encuentro con una cara conocida a la que no he sabido identificar hasta que ya era demasiado tarde, pero bah, nada importante; cruzo il ponte del gheto nuovo y paso por la fondamenta del alegre y tranquilo barrio, llena de barecitos y un señor de unos sesenta, date,  sentado a la sombra en una mesa junto al canal comienza a cantar y grita: “CIAO BELLEZZA!” o algo parecido, porque creo que me hablaba veneto, le sonrío porque justo en ese momento pensaba que me gustaría que alguien dijera eso (alguien concreto en realidad, pero me ha valido, porque me gustan las casualidades) y vuelve a decir: “CIAO BELLEZZA!” o algo así, creo que era veneto;  inevitable pensar: “Lo que hace un short. Jamás me vestiría así en Madrid, nunca…jamás”, otro señor me sonríe cruzando el puente y por fin entro al súper. Compro, prefiero no mirar a las personas, tengo que concentrarme en encontrar las ofertas.

Al terminar de pagar y meter todo en las bolsas de tela de mis compañeros de piso,  me he encontrado con la cara del de seguridad, sonriéndome, casi pidiéndome que le hiciera caso. Le he regalado un saludo y le he notado más aliviado. He salido pensando en eso a la calle y con esto, todo mi debate actual.

La importancia de estar buena. Sí, ¿para qué? Es verdad que a mi amiga Andrea y a mí, en las últimas noches nos han pasado ciertas cosas a las que hemos terminado por decir: “La importancia de una sonrisa”. Esas veces que te cuelas en el vaporetto y le sonríes al chico que abre la puerta; o que necesitas una banalidad y te aparece en la palma de la mano de algún chico; que te faltan veinte céntimos y te dicen: “Non ti preocupare, cara”… 

Pero…

Cuando he llegado a la caja, la compra no me ha salido gratis. La cajera no me ha hecho ningún descuento por estar buena, ni me ha mirado el peinado que con tanto esfuerzo me he hecho. Por no ofrecerme, no me ha ofrecido ni una bolsa (y eso que las cobran).  

Ninguno de los hombres me ha llevado las bolsas, ni han pagado galantemente, ni me han regalado nada, a parte de una mirada algo lasciva y sonrisas que se lleva el viento (qué ironía, que se lleva la brisa de 50ºC, mejor dicho). Bueno sí, al menos un hombre me ha regalado un par de versos de una canción y ha dicho “CIAO BELLEZZA!” o algo así porque sonaba como a veneto

A parte de simplemente sentirme un objeto digno de admirar (al menos hasta que pase cualquier otra mejor), no mucho más. No creo que ninguno de mis compañeros italianos quieran hacer mis entregas y mis trabajos por guapa (lo dudo hasta de los del Sur) y eso es lo que más me importa ahora.

En fin. En esta ciudad donde nadie te mira, porque todo el mundo mira a las ruinas de las paredes, a veces puedes sentirte guapa. Aunque hagan falta 50ºC y poca ropa. A veces, por la noche, también tienes un spritz gratis, pero sólo a veces.

P.D: Dicen que Sentirse guapo no es malo, que lo malo es reconocerlo. Prefiero pecar de engreída y no acomodarme en que basta que yo lo piense,  que en esta vida tienen más ganas de darte por el culo  por fea que por guapa.